Grupo de facebook: “Tías que van de hooligans y no tienen ni puta idea de fútbol”
Obviamente, quien creó este grupo no podía ser muy femenino. Pero a pesar de titular esta entrada con esta gracia, no hablaré de la dicotomía sexista del deporte ni intentaré justificar si las mujeres sabemos más o menos de esto. Porque no vale la pena.
Si tuviera que definirme respecto a mi consideración sobre el fútbol, lo haría relacionándolo con la religión cristiana (que es la que me ha tocado más de cerca). No soy atea pero no comulgo con la Iglesia, y sin embargo no dejo de creer que hay algo más. Una clase de agnosticismo es el que siento yo por este deporte. Utilizo este ejemplo porque creo que realmente hay elementos muy parecidos entre ellos. Al menos, en actitudes; iniciación, veneración, rechazo absoluto, reconciliación y alejamiento total. Aunque veneración o rechazo son las actitudes más usuales para tener frente al fútbol.
Si soy sincera, debo decir que hace tiempo llegué a una doble conclusión sobre el fútbol: es verdad que es un arte, y es verdad que no entiendo nada sobre él.
No me malinterpreten, sobre todo aquellos que aborrecen este idolatrado deporte. Es que, simplemente, en cuanto te pones a observar la dinámica del juego te das cuenta de lo poco que sabías cuando describías esta actividad con el típico comodín: “un montón de tíos corriendo tras una pelota”.
Después de haberme tragado unos tres mundiales y unas cuantas Champions con sus celebraciones correspondientes; y después de haberme contagiado fácilmente de esa histeria colectiva tan adictiva, el interés por el fútbol ha ido despertándose en mí. Eso sí, de forma muy modesta…casi imperceptible.
Se pueden hacer varias alegorías sobre la práctica de este deporte, pues da mucho que pensar el hecho de que sea tan sumamente popular, de que movilice a millones de personas en el mundo y en definitiva, de que mueva tantísimo dinero. Se puede interpretar de la forma más simple: evasión, descarga de adrenalina de un equipo y de una afición, sentimiento de pertenencia a un colectivo, competitividad agresiva y divertida, etc.
Pero también se le puede dar una perspectiva algo más compleja. ¿Qué es un partido sino una batalla épica? O al menos así nos lo transmiten en los medios de comunicación, siempre utilizando vocabulario belicista tanto en retransmisiones deportivas, como en noticias o crónicas de acontecimientos pasados. Es que nos va el drama y la emoción más que a un tonto un lápiz.
De vez en cuando, ver un partido de fútbol es como participar de una pequeña conquista en donde tu equipo es el noble, el heroico, un grupo de caballeros que deben defender su honor y baluarte ante el bando “usurpador”. Pero a diferencia de una auténtica contienda, en el fútbol, para demostrar la valía, conquistar un terreno o conseguir “la gloria”, se debe hacer sólo una cosa: conseguir, poseer y marcar con el balón. Vaya, dicho así, resulta un combo de acciones que no son tan fáciles de conseguir si de por medio hay 11 tíos más que intentarán defender o atacar este “objeto de poder” para impedir que tu equipo obtenga la victoria.
Uno puede imaginarse a Guardiola envalentonando a sus jugadores con uno de esos discursos que ya quisiera haber tenido Ridley Scott en sus guión de Gladiator.
Todos los “luchadores” salen a un campo de batalla donde ponen en práctica una estrategia y dan uso a sus mejore armas. Con armas me refiero a esas capacidades futbolísticas que ahora aprecio mejor: fuerza y potencia, agilidad, velocidad de desplazamiento, visión estratégica, etc. En total requiere una preparación, física, motora y psíquica que no, no todo el mundo podría tener. Aficionados que desde las gradas/sofá de su casa gritan “yo lo habría hecho mejor”, desengáñense, que por algo no están al otro lado de la pantalla.
Metáforas a parte, es en este tipo de reflexiones donde una se da cuenta de que hay algo más detrás del espectáculo. Y hoy ya no me toca criticar el teatro o la macro cobertura mediática que suele tener, que es lo que me encanta, si no hacer apología del buen fútbol aún reconociendo mi ignorancia suprema sobre la deportividad.
Cuando veo la destreza pasmosa de algunos jugadores para librarse de sus obstaculizadores atacantes para luego salir airosos, rematar y marcar gol, no me sale otra cosa de dentro que decir “olé, olé olé”…aunque lo diga tan bajito que nadie me pueda escuchar.
Recuento final:
¿Entiendo de fútbol? No. ¿Suelo ver fútbol? No ¿Te gusta el fútbol? Ya no lo sé…
Patricia Porteros
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