
Durante el verano de 1816, la escritora y dramaturga britànica Mary Wollstonecraft Shelley daba a luz a la primera idea que daría forma a una de sus obras más conocidas: Frankenstein o el Moderno Prometeo, reconocida como precedente de la literatura de ciencia ficción. La historia del obsesionado doctor Víctor Frankenstein, quien para demostrar que puede crear a un ser vivo, da vida a un ser monstruoso, ha sido ya objeto de múltiples versiones cinematográficas y sesiones en el mundo de la dramaturgia. No obstante, no es una historia que, al menos por ahora, se salga fuera de los límites de la ficción.
Unos 70 años después, el francés Émile Reynaud daba vida a un ser inanimado con su nuevo invento, el praxinoscopio el cual se empleó por primera vez como técnica precinematográfica de animación.
Así como el protagonista de la novela de Shelley, Reynaud se encargó de animar, dar ‘ánima’ o alma, a unos personajes. Hoy en día es considerado el padre del cine de animación.
Qué significa ser animador
Para Juan Linares, pintor, animador e ilustrador del Estudi 333 de Barcelona, la figura del animador es la de un tipo raro, extraño, que trabaja exhaustivamente en su estudio hasta que el resultado de su gran esfuerzo no se ve reflejado en unos segundos de animación.
Existen varios motivos por los que el mundo de la animación no acaba de hacerse un hueco asegurado y reconocido dentro de la industria cinematográfica en España, pero el más importante y evidente es la falta de presupuesto. Y es que nadie quiere invertir en la producción autóctona de cine de animación. Por el contrario, medios de difusión tanto públicos como privados, como TV3 o Antena 3, prefieren comprar series o películas realizadas en otros países con unos resultados de beneficios por su consumo ya previstos para procurar sufragar los gastos de inversión, es decir, de capital.
Y cuando sí hay inversores, como pueden ser el ICI, ICAA (Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales) o empresas tan conocidas como la Cartoon Network y Disney, la libertad para crear queda supeditada por las exigencias de estas entidades. Cuando un animador se dispone a vender su proyecto se le suelen imponer una serie de condiciones: no pueden ser demasiados violentos, se deben emplear ciertas características para definir a los personajes e incluso las mismas empresas pueden determinar qué colores quieren que aparezcan en las series, etc.
El animador suele atender más a encargos que a la creación de una obra con su propia esencia.
“El caso de la película de Trueba y Mariscal es un perro verde dentro del mercado”: afirma Linares hablando sobre la nueva película Trueba, Chico y Rita, el primer film de animación para adultos que se realiza en España. Según él, la gran acogida de la obra de estos autores ha sido un hecho excepcional. Ello puede deberse a la efectiva campaña de publicidad que se ha realizado para que esta película sea apetecible, aparte de ser el resultado de, cómo no, una coproducción entre España y Gran Bretaña. Fue por este motivo que se estrenó en tierras británicas antes que en España, en este mundo manda y dirige quien pone más dinero, evidentemente.
Linares asegura que hay cierta reticencia o prejuicios a la hora de consumir cine de animación en este país. Es como si directamente se considerara una cosa para críos, carente de contenido cultural apto para “mayores”.
No es así en otros países como Francia o Reino unido donde se tiene una conciencia de cultura audiovisual mucho más arraigada.
