‘Reivindiquem…’
El pasado domingo tuvo lugar un acto conmemorativo en el corazón de Gràcia, el barrio de Barcelona. Por segundo año consecutivo, se recreaba una de las revueltas populares más memorables del baluarte histórico de la ciudad.
Justamente en el mes de abril de 1870, el gobierno central del Estado quiso imponer el reclutamiento de una buena parte de los hombres de diversas poblaciones periféricas de Barcelona. El General Eugenio de Gaminde fue el encargado de hacer efectiva la orden las primeras quintas. Los vecinos de Gràcia fueron los primeros en revelarse contra la autoridad. Cuentan, ya a modo de leyenda, que una humilde mujer subió al campanario principal y se pasó todo el día estirando de la cuerda y haciendo resonar las campanas. Aquello fue el presagio de una enfurecida revuelta en la que las mujeres del lugar tomaron la iniciativa para protestar y defender a los hombres de la guerra. Los militares de la guardia del General respondieron con cañonazo des del Paseo de Gracia.
El asedio duró seis días y se cobró 27 muertes y el saqueo indiscriminado de un gran número de casas. Muchas viviendas quedaron destruidas por los bombardeos; a pesar del daño, aquellas “heridas de guerra” quedaron como la fuerte huella del carácter revolucionario del pueblo de Gracia.
A las once de la mañana, se iniciaba el encuentro en la Plaça de la Vila. El aforo era el justo y necesario para cubrir de espectadores esa pequeña plaza. En cuanto aparecieron las mujeres, vestidas con ropajes propios de campesinas del siglo XIX, los asistentes nos fuimos preparando y colocándonos en ubicaciones estratégicas para observar con todo de talle toda la acción. Había diferentes montones de sacos y plataformas de madera apilados a modo de trincheras situados en diferentes puntos de la plaza. Eso y la presencia de todos los voluntarios que, en calidad de actores, protagonizaron aquel día la gran revuelta hicieron que realmente uno sintiera que había viajado en el tiempo. El sonido estruendoso de los trabucos era lo más estremecedor. Sin tapones que amortiguaran el ruido infernal, eso se convertía en un auténtico bombardeo para los oídos.
Dos de las valientes rebeldes narraban el acontecimiento histórico a medida que se sucedían los hechos. Primero la incitación a la protesta, luego la toma del ayuntamiento y después, la quema de los documentos oficiales en una hoguera donde el fuego crecía tanto como la revuelta. La última llama sólo se apagaría después del enfrentamiento, en medio de la pólvora y la confusión.
En el tiempo actual, los voluntarios pudieron finalizar el acto celebrando la memoria de todos aquellos que se movilizaron para defender sus derechos y los que cayeron por el bando opresor. Por aquel entonces, nadie tendría la moral tan alta después de ser tan brutalmente acallados a cañonazos. Pero, de forma alegórica, todos aprovechamos para tomar conciencia de ello y extrapolarlo a nuestra realidad más próxima.
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